Así son las cosas

Así son las cosas.

Escrita por Erika López Caballero.

B.M Caballero

Dedicatoria.

Esto lo hice pensando en ti.
Gracias por todo.
Tú sabes de quién hablo.

Prólogo.

La vida, o al menos la mía, se basa en el drama, en las repercusiones que otros hacen. Pensaba que todo a mi alrededor estaba construido de azúcar y que sin importar lo mucho que lo pasara mal en la escuela, en casa todo mejoraría.
La vida es más compleja que sólo vivir encerrada y en una película de princesas; ¿ustedes saben? De esas en las que el príncipe viene y rescata a la chica del dragón que pretende arruinar su felicidad. Mi madre siempre me leía de esos cuentos antes de acostarme; pobre mujer, no recuerdo mucho acerca de ella, de mi verdadera madre. Ya sabía que no era la más feliz, pero nunca me detuve a pensar en su dolor. Siempre veía sus buenas costuras en mi ropa, sus perfectos pero bien pulidos pisos y, sus bellos cuadros de familia. No veía lo mal que lo pasaba en realidad, lo mal que lo pasa al lado de mi padre, lo loca que se estaba volviendo con cada día que pasaba. Pero no era de ella por quien debía preocuparme, si no de mi padre.
Ese día en particular: era de madrugada cuando lo sentí cerca de mi cama. Hacia calor y el ventilador soplaba aire caliente. Mi padre traía puesto su uniforme de trabajo, las manos le apestaban a cloro y, no llevaba puestos los zapatos. No me dio tiempo de levantarme, sólo se limitó a arrastrarme por toda la casa, tirando de mi cuero cabelludo, hasta arrojarme a la piscina. Me extrañó su repentino ataque, y más porque él sabía que yo no sé nadar; me hubiera ahogado de no ser por el vecino que alcanzó a escuchar mis quejidos. Mi madre excusó su comportamiento por la falta de empleo. Mis hermanos (a quienes no he visto desde los cinco años) nos abandonaron; siempre pensaron que uno puede largarse cuando se le viene en gana y, quizás tengan algo de razón. Yo debí marcharme de casa hace muchos años, pero no tuve la fuerza para obligar a mis pies a moverse fuera del pórtico.
Sigo estancada en una fortaleza que me obliga a temerle al mundo, que me obliga a imaginar mi vida cómo si fuera una telenovela. ¿Ustedes saben? De esas que su madre pone mientras hace el aseo de la casa, o mientras prepara la comida para distraerse; yo nunca le vi el chiste a sentarse y ver algo..., por eso odio los cines, no me complacen lo suficiente como para tenerme sentada. ¡Ojo! No digo que no disfrute de una buena película, pero tampoco me gusta quedarme recostada todo el día, eso no me va.
Las golpizas que papá me daba aumentaban con cada año; mi madre envejecía más rápido de lo normal, supongo que eso me habría pasado de no haber tomado la decisión de irme de casa. Claro que tampoco imaginé que mis problemas domésticos no iban a ser nada en comparación con la vida que me tocaría vivir sola. Mejor dicho, que todo eso no habría pasado sino me hubiera ido; pero pasó, lo conocí, conocí a su familia y, todo lo que viene a continuación..., con gusto lo volvería a repetir.


Capítulo 1


Ha sido el viaje más largo de toda mi vida, casi todo un día sentada. Me sorprendió mucho encontrarme a una amiga que estudio conmigo la secundaria, en la terminal del ADO; René era conocida por su largo cabello rubio castaño. En la secundaria era muy famosa y considerada la más hermosa. Me dijo que entró en la UNAM, para estudiar artes y diseño. Yo escogí Contaduría, me gustan las matemáticas, son fáciles, soy buena con los números y las tablas de presentación. Me dijo que era buena idea irme, dado que ella conocía mi historial familiar. De hecho, fue su padre el que un día me sacó de la piscina en la que casi me muero ahogada, desde la escuela no nos hemos vuelto a hablar. Pero aquí estamos otra vez, como si los años no nos hubieran afectado.
El calor es insoportable, dicen que ahí el frío es el que afecta a todos. Que curioso que salga del calor para entrar al clima templado de la ciudad. Me gusta esta vida que me estoy haciendo; por el momento todo va bien. Todo tiene que salir perfecto, y no porque mi futuro venga con esto, sino porque para mí, está es la única opción que me queda para iniciar de nuevo. Ya no puedo darme el lujo de perder más tiempo. Tengo que hacer algo por mí misma y dejar de jugar con mi vida.
El clima se encuentra en su punto máximo, y tenemos suerte de que pongan un par de películas en el camino. No me gusta sentarme doce horas muerta de aburrimiento, eso, y el hecho de que tendré que mantenerme quieta un buen rato no me gusta. Las películas no son de mi agrado: una de Marvel, otra comedia romántica y unos cuantos documentales que me vencen de sueño.
<<¿Por qué nunca ponen películas buenas?>>. Yo, en su lugar pondría: El laberinto del fauno de Guillermo del Toro. Django sin cadenas de Quentin Tarantino. Y para finalizar con broche de oro: Se7en, Los siete pecados capitales de David Fincher. Pero debo recordar que aquí viajan niños y dudo mucho que sus padres les permitan ver esa clase de películas. Mi padre es un fanático del cine, siempre quiso estudiar cinematografía en la UNAM, pero le daba miedo salir de su “zona de confort”. Supongo que ha todos nos da miedo. Yo voy a entrar en una universidad pagada, mi tía me dijo que no me debería de preocupar por el dinero, que ella se va a encargar de todo y que yo solo me preocupara por estudiar.
Creo que también me comentó que en el departamento en el que voy a estar, vive el hijo de su amiga. Su padre murió de cáncer en los huesos cuando el niño solo tenía dieciséis y ahora cumplió los veinticinco. Esta reciente, también lo mío, pero yo no sé cómo me pondría si mí padre muriera; creo que en parte triste porque nunca tuve lo que podría decirse una buena relación, pero por otra me daría gusto que ya no le hiciera daño ni a mi madre, ni a mí. No es nada coherente, pero así son las cosas.
-   Llegaremos a las cinco de la mañana y todavía nos va a tomar una hora para ir al departamento. Tomaremos un taxi y después caminaremos el resto. Vas a tener que acostumbrarte al cambio de horario, mi reina.
-       ¿Cambio de horario?
-       Sí, porque tienes que levantarte más temprano e ir a la escuela, y tenemos que conseguir tu uniforme. Te va encantar, mi reina. Vas a entrar a un nuevo mundo.
Me duermo escuchando All I Want de Kodaline (una de mis canciones favoritas). Me despierta el frío de la ventana; mi frente se puso justo en el cristal. Eso y más el punto exacto del clima no ayudan. No veo el sol, ni las luces que dicen que están en la cima, no veo nada. No hay nada más que el espejo empañado, supongo que de día se ve más bonito de lo que es en realidad. De momento no dejo de pensar en las increíbles cosas que me esperan mañana; me encanta la sensación que tengo en el estómago.
No dejo de repetirme lo bien que estaré, lo bien que la pasaré, lo bien que todo saldrá cuando tenga un diploma en las manos y pueda ejercer la licenciatura que deseo. Me encanta, me encanta. Sentirse bien es algo genial…, ¿estoy feliz? Eso creo.
-       Ya hemos llegado –me informa mi tía.
-       Ajá. –Es lo único que puedo decir por los nervios y el fríos que inundan el ambiente.
-       Ten cuidado con los escalones.
Si adentro estaba helando, afuera está peor. Las mejillas ya se me pusieron rojas; la nariz debe tener el mismo aspecto.
-       Aguarda aquí, voy por nuestras maletas.
Solo consigo asentir en respuesta, no logro decir nada por la emoción que me guardo al tener en cuenta que estoy pisando México. “Estoy pisando la terminal de México”, pienso. Qué increíble va a ser. De momento, me encanta estar aquí.
<<Cálmate Miel, ni las clases has iniciado.>>, me repito mentalmente. No quiero que me gane la emoción; la verdad, me la estoy reservando toda para el lunes; quisiera poder descubrir cómo será todo a partir de ahora.
-       Ya volví –dice mi tía a mis espaldas.
-       ¿En dónde se consigue un taxi? –logro preguntar.
-       Tenemos que caminar hasta… –empieza a decir, pero es interrumpida por la voz chillante de una señora.
-       ¡Andrea!
<<Andrea>>, ese es el nombre de mi tía y, esa mujer viene corriendo como una niña al vernos. El chico que viene detrás de ella debe de ser su hijo… Raúl.
-       ¡Carolina! –grita mi tía emocionada.
-       ¡Andy! Cuánto tiempo sin vernos.
-       ¿Qué haces aquí, loca? –pregunta en broma.
-       Hice cálculos y pensé que necesitarías transporte –me ha ignorado–. Después de un viaje tan largo no querrás cansarte buscando un taxi, ¿cierto?
-       Cierto –repite ella.                                       
Jamás he visto a mi tía sonreírle a alguien así en su vida –a parte de mi tío–, pero él se marchó unos años después de que se casaran; pero ahora esta emocionada. Ésta mujer, quien por cierto, no me ha mirado o saludado, le saca su lado más infantil y la rejuvenece. Claro que ha hablado en singular, pero no importa, no me interesa que no me noten; me gusta ser invisible y pasar desapercibida… es mi súper poder.
Parece que me mira después de una eternidad, y para mi desdicha, su cara muestra desaprobación.
-       ¿Quién es esta dulce jovencita? –pregunta en un tono desagradable para mi gusto. Soy una adulta, pero siempre me he visto muy joven, quizás se confundió…, o quizás no le caiga bien. Borro todo rastro de malos pensamientos, ella no me conoce, así que no voy a ponerme histérica por un mal entendido.
      Recobro la cordura y todos los buenos modales que soy capaz de adoptar y le respondo:
-       Soy Hermelinda… Meli para los demás, Herrera Hernandez Hermelinda.
-       Vaya, que nombre tan raro –dice, y un momento después se hecha a reír.
<<¿Raro?>>, esa sí no me la esperaba. Estoy de acuerdo en que mi nombre no es el mejor de todos, pero a mí me da mucho orgullo. Mi abuela materna se llamaba Hermelinda y ella era una luchadora, siempre se procuró de trabajar día y noche por sus hijas. Nunca tuvo la necesidad de recurrir a un hombre para salvarse, lo hizo ella solita. Yo espero convertirme en una guerrera como ella. Es una lástima que mi mamá no piense igual.
-       Mamá. –Le habla un joven, y ante la voz severa de este, Carolina detiene el ataque de risas.
La voz de su hijo me llama la atención, tal vez porque no se había presentado. Tiene unos lentes de maestro y una gorra que alcanza a cubrir su cabello.
-       Disculpen mis modales. Este guapo caballero es Raúl y va a estudiar en la misma universidad que tu Herme.
<<¿Herme?>>, pésimo gusto para poner sobrenombres. Mejor me hubiera presentado como Meli, o Miel, así no estaría en esta situación tan molesta. Este chico de gafas me mira de una manera peculiar: me examina de arriba abajo como un detector de metales. <<¿Qué tengo de raro?>>. Solo me puse mis botas cafés, mi overol de mezclilla de pantalón largo y mi pelo castaño esta sujeto en una coleta de caballo.
<<¿Será que tengo saliva y por pena, o –falta de confianza– no me lo quiere decir?>>. Como sea, me pone nerviosa; su cara no es muy amigable y esos lentes lo hacen ver cien años más viejo. No es el moretón, ¿verdad? Me puse maquillaje para que no se me notara el regalo de despedida de mi padre.



Capítulo 2



La amiga de mi tía lleva hablando por una hora. Mejor dicho: Carolina, lleva conversando al aire por una hora; mi pobre tía apenas si le puede seguir la corriente. Habla muy deprisa; su hijo no es nada parlanchín. Supongo que se debe a la muerte de su padre, a mí también me daría depresión por la muerte del mío. Bueno, para ser sinceros, si me dijeran que murió…, no me daría tanta pena. Aunque ellos debieron ser muy unidos.

-       Herme, ¿qué piensas hacer después de graduarte? –me pregunta Carolina. Ese maldito sobrenombre ya me está colmando la paciencia.

-       Meli, por favor, llámeme Meli. –Tengo que morderme la lengua para no soltarle alguno que otro comentario a ésta mujer–. Quisiera poner mi propia oficina como contadora pública y en mis tiempos libres dedicarme a la escritura. Siempre me han fascinado las novelas rosas, así que me gusta la idea de algún día escribir uno… Todo apunta que lo puedo conseguir.

-       Herme… perdón, Meli –se apresura a disculparse–. Lo bueno es que vas a tener una carrera de la que podrás vivir sin morirte de hambre.

      “Muérdete la lengua Miel. Muérdete la lengua”, pienso como una loca mientras la madre de la locura sigue soltando puras mierdas acerca de mis metas.

      Después de que dejo pasar los minutos, y después de llamarme Herme un millón de veces, Andrea interrumpe:

-       Bueno, todos le decimos Miel desde la secundaria…, si quieres puedes decirle así.

Mi tía parece aligerar la situación con el simple “Miel”, que gusto ya no tener que preocuparme, a pesar de que sigo enfadada con Carolina, pero eso hace que ella olvide su discurso sobre: “Las mejores carreras universitarias”.

-       Tu cabello es negro. ¿Por qué Miel? –me pregunta un Raúl muy curioso. Me impresiona lo grave que habla. Me gusta.

-       Bueno, cuando era niña, me derrame un bote de miel sobre la cabeza –bullicio al intentar recordar el por qué hice lo que hice ese día.

Todos –excepto Raúl– estallan en carcajadas y yo me uno gustosa. Pero parece que Raúl se encuentra incómodo conmigo, creo que no le caigo bien. No importa, dudo mucho que se quede con la mala imagen de mí durante el semestre. Se centra en mantener la vista con el codo en la ventanilla. Sí, van a ser unos duros años, pero creo que podemos llegar a ser buenos amigos.



El departamento de Carolina es perfectamente impecable. Tienen una televisión de cincuenta pulgadas pegada a la pared, una estantería llena de libros, una mesa de cristal en la sala de estar y una mesa de madera en el comedor. Hay un recuadro familiar en una estantería: un hombre de canas destacadas con un bigote negro me saludan desde la imagen. Ese debe ser el padre de Raúl; no me extraña que esté tan afligido, se nota que este hombre era pura definición de vida. Ahora murió, como Estela…
-       Que bonita casa –dice centrándose a mi lado–, ya veras lo feliz que vas a ser aquí.
<<¿Debería sentirme mal por escuchar a mi amiga muerta?>>. No, lo cierto es que llevo viéndola desde la secundaria.
Me siento como Jude, uno de mis personajes favoritos. Ella también ve fantasmas. 
-       Tu debes ser Hermelinda –la voz de una mujer me saca de mis recuerdos.
Es guapa, muy guapa; sus ojos cafés la llenan de mucha seguridad al hablar, los tiene un poco más abiertos que la mayoría de las personas con las que he tratado. Los míos son café obscuros, pero no están por lo menos la mitad de grandes que este par de ojos.
-       Meli. Soy Meli –le respondo con cortesía.
-       Mucho gusto –dice–: soy Sarah.
-       Sarah, que bonito nombre.
-       Meli, parece que ya conociste a mi novia –me informa Carolina.
<<¿Qué?>> ¿Está mujer es su novia? Ahora todo parece tener sentido, por eso a Carolina se le ve tan feliz, porque en realidad ella ya no esta enamorada de su marido, lo ha sacado de su corazón desde hace tiempo. Por eso Raúl está enfadado, de seguro la noticia le cayó de golpe. A mi también me sacaría de onda que mi madre decidiera, después de tantos años, cambiar su sexualidad.
Se le ve incomodisimo mientras Carolina le propina un par de besos en la boca, y a mí también se me encienden las mejillas ante el gesto. Mi tía me mira compresiva, ella ya lo sabe, debe ser por eso que puede mantener la vista al frente.
-       Andrea me advirtió que eres preciosa –dice Sarah al separarse de la boca de su novia–; pero nunca me imaginé que fueras así de bella.
-       ¿Cómo dice? –le pregunto sin poder esconder la sorpresa en mi voz.
-       Bueno, es que eres preciosa… ¡Mírate!
-       Ya te dije que era modesta Sarah –interviene mi tía.
No soy modesta, pero tampoco soy una de esas que se la pasan todo el día mirándose o arreglándose. Así no soy yo. Chicas como René necesitaban de una hora para arreglarse antes de irse a la escuela; y si yo me ponía maquillaje, solo era para evitar que mis compañeros vieran mis terribles golpes. Papá solía pegarme por derramar la leche, o por romper algún plato sí se me caía. A mamá le iba peor, ¿cómo estará? Espero que bien.
-       Con permiso. –Se disculpa.
El pobre estaba más rojo que un tomate, sé que su madre tiene todo el derecho de rehacer su vida; sin embargo, debería hablar más a fondo con su hijo sobre sus sentimientos, se nota que el chico no lo pasa bien. Eso es algo que tenemos en común: que ni él, ni yo la pasamos bien con la familia que nos tocó. Estela tenía suerte. El padre de Raúl tenía suerte. Lo malo es que todo el que tiene suerte termina muerto.
Así son las cosas.


Capítulo 3



-       Meli, tu recámara esta al lado de la de Raúl. –Se detiene al mirar la mochila y la maleta negra–. Sólo eso te trajiste, Meli.

-       No quería cargar mucho –miento.

-       Bueno, despreocúpate, el sábado y domingo te tendré todo el día para mí. Iremos a comprarnos unas cuantas cosillas y nos cortaremos el pelo y nos haremos la pedicura y los útiles y…

-       Ya, cariño que vas a marearla con tantos planes –interviene Carolina.

No es por ser grosera, pero me alegra que la detuviera. Me cae bien Sarah, se nota que ella es la parte más razonable y graciosa, creo que nos tendremos mucha confianza a lo largo de los años. Eso espero…

Le doy las gracias mentalmente a Carolina mientras me lleva a mi nueva habitación. Es increíble, en casa mi cuarto era más grande, pero este está bien. Me gusta la falda que le cuelga a mi nueva cama. La ventana es enorme y las cortinas de seda apenas alcanzan a cubrir la luz que ya empieza a posarse sobre los edificios. El tocador es bonito, claro que luego tendré que hacerlo escritorio, porque ya no necesitaré maquillaje. Esto es perfecto, me gusta mucho, me gusta todo lo que hay aquí. Mi nueva y mejorada vida, pero siento nostalgia, como cuando sientes la opresión en el pecho al terminar un examen, debe ser a causa de mi madre.

Debo ignorar esa sensación o me hará tomar un autobús devuelta a casa.

-       Te aconsejo que duermas un rato.

-       Gracias –le digo, y en verdad que lo digo en serio.

-       Espero que consideres este departamento tu nuevo hogar.

-       Señora Carolina, en verdad que se lo agradezco. Usted, su novia e hijo son muy amables.

-       Disculpa a mi hijo, pero no es él mismo desde hace un tiempo. Me pregunto el por qué –dice lo más informal que se pueda.
No lo ve, Raúl es infeliz porque piensa que todo fue mentira, o al menos la mayor parte de su vida con respecto a su madre. Así pienso que se siente.
-       Espero que puedas dormir, Meli. Buenas noches.
-       Descanse señora.
No se me pasa por alto que me dijo Meli, en lugar de Herme. Cierra la puerta antes de que me alcance a dar tiempo de darle las gracias por segunda vez. No quisiera que me tome como una mala invitada o una desconsiderada. Desempaco las pocas cosas que mamá alcanzó a meter en la maleta negra y también la mochila de la que me lleve antes de ir a casa de mi tía.
Los acontecimientos que pasaron ese día todavía están frescos en mi memoria: papá entrando como una bestia en mi recámara, oliendo a alcohol, y a tierra fresca y, sin siquiera dirigirme la palabra…, lo veo arrancando mis prendas del ropero y aventándolas fuera de la casa. Todo porque le dije que quería empezar el escolarizado después de un año de estar en línea. Enloqueció como un perro rabioso, y por un minuto pude ver la sangre escurriéndome de la nariz, la frente, y la boca, al igual que el sudor en su cara mal parida al darme la paliza del siglo.
Tengo que dejar de pensar en él, ya forma parte del pasado, y a el pasado no se le debe hablar, no se le debe recordar y tampoco se le debe revivir.    
Me alegró saber qué mamá pudo salvar todas mis copias de Blue Jeans, incluidas mis sagas favoritas. Mi libro favorito Te daría el sol está intacto; ese libro es algo especial. Antes de que mi hermano se fuera, me dejo esa copia de Jandy Nelson. Es bellísimo saber que mis recuerdos están indemnes, bueno, las páginas son de un color amarillo y mis mejores frases se encuentran subrayadas con pluma roja. Intacto no está, pero tampoco es malo que le brinde mi toque personal a las cosas.
¿Qué habrá pasado con mis hermanos? De seguro se hicieron de una familia, ahora deben ser padres de alguien más, y sus hijos deben preguntarles por sus abuelos, o quizás les pregunten por sus tíos. Yo le preguntaría por sus hermanos, me gustaría saber dónde están ahora y que hacen para ganarse la vida. La última vez los dos estudiaban la preparatoria, me imaginó que ya trabajan.
Un golpecito en la puerta me interrumpe al releer a Buenos días princesa de Blue Jeans.
-       ¿Quién? –pregunto antes de abrir la puerta.
-       Soy Raúl.
 Vaya sorpresa, ¿Qué querrá? <<¡Alto! ¿Qué hora es para empezar…?>>
-       ¡Voy! –Al abrir me encuentro con una agradable sonrisa.
-       Hola –me saluda. Su cabello es corto y castaño, no lo había notado. Tiene el color de ojos de su madre, pero ahora que los comparo con el cuadro, se parecen más a los de su padre.
-       Hola.
-       Mi madre te ha hecho el desayuno y Sarah quiere llevarte a pasear una vez te termines de alistar.
-       Gracias, que amable eres.
Al tratar de cerrar me encuentro con la punta de su pie, interrumpiéndome. ¿Quiere decirme otra cosa? ¿qué será?
-       Me quería disculpar, por cómo te trate antes en el auto. Tú solo intentabas ser agradable y yo me porté mal. Lo lamento.
No esperaba que se disculpara, ahora que lo pienso…, es la primera disculpa que recibo de un desconocido, quizás esto de la amistad no se me da tan mal como pensaba. Ya sabía yo, que no le podía caer mal sin siquiera conocerme.
-       Ah, gracias por las disculpas y por avisarme que saldré con tu…, con la señora Sarah.
-       Un poco incómodo lo que pasó en la mañana, ¿no?
-       Un poco… Sí. –Termino riéndome al igual que él.
-       Pero ella es mi madre y tengo que aceptar lo que decida, ¿no?
Me imaginó que ha de ser difícil para él, yo ni me lo pienso. Aunque debe estar al pendiente de mi vida, quizás por eso se esté portando bien. Debe de ser lástima, pero… ¡¿A quién le importa?! Al menos así se digno a hablar conmigo, y a reír un rato, y tal vez al final termine agradándole por completo. Mi primer amigo varón, eso sin contar a Ricardo, pero no creo que valga porque al final de todo el preescolar, él y otro compañero me tiraron pintura roja y amarilla en el cabello, sólo porque se enteraron de mi situación familiar, y porque mi padre ocasionó una escena enfrente de toda la escuela que hizo que nos convocaran a reunión obligatoria sobre la violencia en casa; ya se imaginarán mi vergüenza por tremenda ridiculez. Nunca más supe de ellos.
-       Creo que deberías hablar con tu madre sobre lo que te molesta –le sugiero.
-       ¿Tú pláticas con la tuya?
-       No…, mi tía y yo congeniamos. A ella le cuento todo lo que pasa.
-       Eso es genial, debe ser genial poder hablar de todo con una persona.
Pobre Raúl. Su vida era perfecta antes de que su padre muriera; lo mismo pasa conmigo, ni idea de en qué momento mi vida se convirtió en violencia doméstica; antes estaba bien y, de un momento para otro mi padre enloqueció.
-       Tu mamá es increíble –miento. Me agrada Carolina, pero me gusta más Sarah.
-       Gracias, a ella también le agradas mucho –miente.
No parece darse cuenta de mí mentira, nadie se da cuenta de mis mentiras. Es una cosa que le tengo que agradecer a mi padre, me enseñó a ocultar la verdad. Me enseñó a cómo hacerme fuerte con cada paliza que recibía. Debo recordar agradecerle cuando le hable… Si es que le hablo, claro.
-       ¡Nene! –La voz de Carolina nos interrumpe.
Curioso apodo: <<nene>>, que lindo. A él parece desagradarle por el gesto de vergüenza que se produce en su cara.
-       ¡Pregúntale a Herme si quiere fresas en sus panqueques!
Herme otra vez, que asco de sobrenombre. Prefiero Meli, como me gustaría repetírselo, pero tampoco quiero que me considere una arisca por mis preferencias acerca de cómo me gusta que me llamen.
-       ¡Sí, mamá! –exclama al apuntar su voz potente fuera de la habitación.
Su media sonrisa me asegura un mal inicio de día. Ya debe de estar acostumbrado a que su madre le grite desde la punta de la cocina.
-       Bueno, mejor me apresuro.
-       Te espero en la mesa entonces.
-       Okey –le digo antes de cerrar la puerta.
Un momento después, me he vestido y me he perfumado para que no huelan lo del viaje. Me apresuro a tomar asiento y agarro la servilleta de ceda que tengo delante y la pongo sobre mis muslos.


Capítulo 4



Éste desayuno esta exquisito, me gustan las fresas en la torre y como la miel se encuentra colocada y adornada entre los tres panqueques. El jugo de naranja natural me sabe mejor que antes con cada bocado que doy; en mi casa solía hacer el jugo yo misma, tomando un huevo crudo, dejando que la yema y la clara se mezclaran en el vaso. Así me los bebía en el desayuno, no me daba tiempo de hacer otra cosa. Mamá siempre terminaba cansada al final de un día, así que tuve que hacerlo por mi cuenta. Ahora que lo pienso, tuve que hacerme valer por mi cuenta desde una edad muy temprana.
-       ¿Te gusto el desayuno? –me pregunta una Sarah muy ansiosa.
-       Es el mejor. –Tengo la boca repleta de fresas, así que probablemente no se me haya entendido.
Mi tía Andrea se esta dando una ducha; una de las cosas que me va a gustar de vivir aquí, es el hecho de que mi habitación tiene baño privado. Sarah está sentada al lado de Raúl, cosa que se me hace súper adorable. No debería estar molesto, se nota que se esfuerza por caerle bien. Me hace preguntarme: ¿Cuánto tiempo llevarán juntas?
-       Cuando termines el desayuno, saldremos –me recuerda Sarah.
-       Por supuesto.
-       Veo que tienes un estilo muy peculiar para vestir –nos interrumpe Carolina.
-       Sí, bueno… me gustan los overoles.
Me puse nerviosa, no sé por qué, <<¿Qué tiene de malo vestir con un overol?>>. Es adorable a mí parecer y agradable para la vista, la mayoría los evita; pero yo no, no señor, yo no.
-       Aquí no son muy populares, las chicas prefieren usar falda, o pantalones ajustados, o blusas transparentes.
-       Creo que no importará dado que se pondrá uniforme. –La tranquilidad que me da la voz de Sarah no tiene precio.
Le agradezco que la haya detenido, no me puedo creer que en serio estaba citándome las prendas que debería ponerme. No lo entiendo, ¿qué le pasa a Carolina conmigo? No es gran cosa lo que traigo puesto, pero tampoco debe decirme lo que tengo o no que usar. El padre de Raúl debió ser un hombre muy distinto a su señora, por lo que no me extraña que su hijo se sienta perdido y atormentado.
-       Lo bueno es que tu inscripción ya está más que arreglada, Andrea se encargo de todo el papeleo. –Vuelve a la carga–. El director es buen amigo de ella y le debe uno que otro favor… Ahora los malgasto contigo.
Raúl tose unas cuantas veces ante el comentario de mal gusto de su madre. Sarah abre unos ojos como platos. Y justo cuando empiezo a pensar que podría tratarse de una pesadilla, mi tía se nos une con una toalla enrollada en la cabeza y una bata lila con bolsillos.
-       Buenos días. –Declara entonando las sílabas con armonía.
¿Mi tía estará al tanto de cómo es su amiga en realidad? Parecía agradable a la vista, pero ahora mismo me resulta una bocona, una gran bocona. No puedo evitar que me caiga mal, pero ya ha llegado un límite mi paciencia, y sé que como no me saquen de aquí…, o explotare, o le cantare alguna burrada de la cual me arrepienta una vez que se me pase el coraje.
-       Bueno, será mejor que nos vayamos –dice entonces Sarah.
Me apresuro a recoger mi plato y a dejarlo en el lavabo. Veo a Sarah mirar de una forma extraña a su novia. Mi tía parece concentrada en Raúl, aunque él sólo se limite a sonreírle de vez en cuando. Yo estoy secándome las manos en lo que pienso acerca de Carolina, se que de entrada no se le veía que le agradara; esa manera que tiene para evitarme, como la primera vez que nos cruzamos en la terminal y no se digno a presentarse, o a hablarme, me llevó a pensar que no le caía bien.
-       ¿Estás lista? –me pregunta Raúl, quien lleva un par de platos en las manos.
-       Sí, ya estoy lista.
-       Lamento lo que dijo –dice bajando la vista al suelo.
-       No importa, a veces la gente que no piensa antes de hablar tiende a soltar cualquier comentario. Créeme –digo sin darle la mayor importancia. 
-       Eres muy madura, me sorprende. Yo pienso mal de mi madre todo el tiempo, pero para ser sinceros…, Sarah siempre logra controlarla. Ella es mágica o algo por el estilo.
Y aquí tengo al chico que piensa que su madrastra es mágica, lo juzgue mal, Raúl no es la clase de chico enfadado sin motivo, y tampoco parece ser una persona mala que piense mal de todos…, simplemente es malhumor, pero por lo menos logró decir algo bueno de Sarah y, eso para mí gusto, me resulta satisfactorio.
-       Ese es un bonito cumplido –le confieso.
-       ¿De verdad? –pregunta sorprendido.
-       Sí, es lindo que pienses así de ella. Hasta deberías decirle, eso le gustaría.
Raúl hace ademán de hablar, pero no lo hace. En cambio, se acerca a lavar su plato y sus cubiertos. Espero que no se haya molestado conmigo por decirle lo que pienso, no quisiera retroceder con él. El lunes inicio las clases y me serviría la compañía de un amigo.
-       ¡Meli! –me llaman desde la puerta. Salgo de la cocina y le dedico a Raúl una ligera sonrisa a modo de despedida en lo que paso por su lado.
      Sarah tiene dos suéteres colgados en los brazos.
-       ¿Quieres el morado?, o, ¿prefieres el crema?, para que combine con tu overol.


Me decidí por el suéter color crema, salimos del departamento con rumbo a una plaza de la que nunca había oído hablar. Al caminar por los pisos de la plaza, las personas me miraban chocantes, sentía la vista de cada uno en mi cara y en mi ropa. No hace falta que lo diga, ellos saben que soy forastera.
-       Primero vamos a que te hagan un despunte –me informa al caminar.
-       Sí, gracias otra vez… por sacarme y ser amable.
-       Ay, Meli no tienes nada que agradecer.
No le creo, pero de todas formas asiento.
El lugar no está nada mal, me gustan esos espejos con luces que tienen adornados en sus paredes. Las mujeres que atienden también hacen manicura, incluso tienen una de esas secadoras que te ponen en la cabeza con unos rollos en el pelo. Me quito el suéter, lo doblo y lo coloco en una silla de espera. La chica que me atiende tiene el pelo pintado de azul y una blusa negra con su nombre bordado.
-       Qué precioso cabello tienes –me adula.
-       Gracias.
-       No, lo digo de verdad. Tu cabello se ve negro a primera vista, pero si le prestas atención a los detalles es castaño, y cuando entraste a la luz del sol parecía rubio.
Me sonrojo ante sus halagos. No me los esperaba, que agradable sorpresa, me encanta que me tomen por sorpresa.
-       Además esta muy bien cuidado. Un poco corto para mi gusto en una mujer, pero muy lindo.
Me lisonjeaba que una muchacha extravagante me soltara tremendos halagos. Lo único que no me gusto es la mueca que ponía al decir lo corto que estaba. No está tan corto, al menos no para mí: me llega a la altura de los hombros y es un corte precioso. De donde vengo hace un calor del demonio, y este peinado es perfecto para salir; recuerdo que en la primaria me envidiaban por llevarlo suelto y corto, dado que yo no tenía la necesidad de recogerlo por el calor.
La chica del pelo azul, termina por despuntarme sólo un dedo de puntas. Me dijo que no quería echármelo a perder. Nos cobró unos cincuenta pesos por el servicio completo. Me gusta cuando las cosas salen baratas. Nos pintaron las uñas, ella: color blanco, y yo: color vino opaco. Me compró la ropa que me prometio. Me convence de llevarme dos pares de zapatillas, a pesar de decirle de la manera más amable que no me gustan los tacones altos, ni ningún tipo de tacón en realidad. Creo que mi estilo se limita a llevar botas maltrechas con cinta adhesiva, y un overol de cada color; sin embargo, estos pantalones de mezclilla que llevo en la bolsa no son tan malos. Me invita la comida. Me lanza uno que otro piropo por el lunar que tengo cerca de la comisura de mis labios y, me sonrojo porque se toma tantas libertades para decirme lo bonita que soy.
-       Ésta crema de mariscos esta deliciosa. –Mi estómago lo agradece. No recuerdo la última vez que salí de compras con mi madre, creo que nunca.
-       Me alegra que te gustara, Meli. Eres una chica afortunada, tú apenas vas a iniciar una nueva faceta de vida. Me dan ganas de entrar a la universidad otra vez.
Estalla en risas al analizar de nuevo su discurso y concuerdo en que es gracioso. Me pregunta un par de cosas acerca de mi vida, de mis planes para el futuro, de las cosas que me gustan, de lo que opino de mis padres (en esa tuve que mentir). Entre otras preguntas súper incómodas me confiesa que ella trabaja en una empresa y que además es Administradora, y que Carolina trabaja de Actuaría, no me extraña que esté tan estresada. También me comenta que dentro de muy poco planea casarse con ella, que planea llevársela a una casa grande, y que por lo menos quieren adoptar a una niña. Ésta mujer tiene toda su vida planeada, me da algo de envidia.
-       Disculpa a Carol, por lo que dijo esta mañana.
-       Está bien.
-       No lo está. Ella no es así de… directa, y tampoco tan…recta.
      Directa o recta, no son los adjetivos que me vienen a la mente cuando pienso en Carolina y, usaría otros para describirla; pero ella es su novia y probablemente este endulzando sus palabras, y no debo olvidar que yo soy una inquilina, así que debo controlar lo que digo y con quien lo digo, sin importar de quien se trate.
-       Entiendo.
-       Cuando se pone nerviosa no piensa en lo que dice –excusa a su novia todo lo que puede.
-       Cuando me pongo nerviosa me sonrojo, como hoy… que todos me veían de una manera…
-       Singular. –termina la oración.
-       Yo diría impropia, pero sí, también acepto singular.
-       Te miran porque eres hermosa.
El comentario me hace gracia, y la manera tan confiada en que me lo dice también. Sé que soy una chica atractiva, pero no soy <<hermosa>>, o por lo menos no tanto como las demás chicas que me rodean. Me pregunto: ¿Cómo serán esas chicas cuando entre a estudiar? ¿Serán amables? ¿Se burlarán? No tendrán una manía por la chica nueva proveniente de otro mundo completamente distinto… ¿Verdad?


El día pasó volando, y el espacio en el auto también. La música de fondo que suena es de Katy Perry, Sarah lleva tarareando la letra por mas de cinco minutos. Intenta incitarme a cantar, pero no cedo, lo haría si me supiera una canción de ella. Al acabar me pone música de Taylor Swift y de Ariana Grande, pero pasa lo mismo. Personalmente no me agrada la música, bueno, por lo menos unas tres canciones que escucho todo el tiempo en mi teléfono, pero nada más: All I Want de la banda Kodaline. Saturn de Sleeping at Last. For Someone de Flora Cash. Esas son las únicas canciones que me gustan, podría escucharlas todo el bendito día y jamás me cansaría de ellas.
Así son las cosas, bueno, al menos para mí sí.


Capítulo 5



Son casi las diez de la noche cuando llegamos a casa, y el aroma a ajo inunda la sala de estar al abrir la puerta. Raúl está sentado en el sofá marrón con un libro en manos, se apresura a cerrarlo para ayudarnos con las bolsas que apenas podemos llevar entre los brazos.
-       Caray, ustedes sí que se llevaron todo de las tiendas –bromea.
-       No, es solo que no pude contenerme al verla con tan bonitos atuendos.
-       Eres mágica a la hora de ponerte a administrar.
Sarah pega una sonrisa de oreja a oreja al escuchar tremendo comentario de parte de Raúl. Se lo dijo, qué bueno, me da gusto que lo haya empleado. Sabía que le gustaría; si les decimos a nuestros seres queridos las cosas que más nos gustan de ellas tienden a mejorar su relación con nosotros.
Por la sonrisa que estoy poniendo él debe pensar en el consejo de esta mañana. Qué manera tan satisfactoria para terminar el día, no me lo esperaba.
-       Mi amor –dice Carol, antes de lanzarse contra los brazos de Sarah.
-       Hola cariño.
Esos besos que se dan antes de separarse son con la boca abierta. Ya no se me hace tan raro como la primera vez que las vi, pero me sigue pareciendo un tanto incómodo. No tengo nada en contra de las lesbianas u homosexuales, me he leído un par de esos temas en mis tiempos libres. El amor es con cualquiera, así me educó mi mamá. Mi padre, una vez me dijo que si a mí, se me ocurría salir con una chica en plan romántico… me mataría; me lo confesó estando borracho…, pero eso no significó que me entraran unas ganas tremendas de gritar por auxilio en el momento.
-       Bien, me imagino que deben tener hambre.
-       Cariño, no tenías que molestarte.
-       No es molestia. Herme, porque no te lavas las manos y nos cuentas de tu día con mi novia.
Noto que las palabras: <<lavas las manos>> y <<mi novia>>, las dice en un tono repulsivo y severo. Pero, ¿qué le pasa? Lo que sea, no me quedaré aquí si va a ser así toda la noche, tuve un día perfecto (sin contar con la mañana de los panqueques), y ella no me lo arruinará con sus comentarios directos.
-       De hecho…, fue un día agotador, y los domingos suelo madrugar para aprovechar el último día de la semana al máximo.
-       Que lástima que no nos acompañes –dice Raúl, y sé que lo dijo con sinceridad por la manera en la que me mira.
-       Debe ser estresante para ti, viajar de un lado a otro en tan corto tiempo. Pero bueno, me imagino que no lo pensaste antes de vivir con dos extrañas.
“Pues si mi padre no me hubiera arrojado a la calle en el día…, quizás y no tendría que haber venido tan pronto”, pienso al momento en que me clavo las uñas en la palma de la mano.
-       Mamá. Por qué no mejor ponemos la mesa –pregunta Raúl, aunque más bien parece orden, en un intento por desviar la atención de su madre.
-       Bien.
Cuando pasa por mi lado me dedica una extraña mirada, una que sólo he visto a mi padre hacer al momento de corregir a alguien. Mentalmente le agradezco a Raúl por ser tan considerado conmigo, él debe estar más avergonzado por el comportamiento de su madre que yo. Sarah me dedica una cálida sonrisa al recoger las cosas que son de ella, y llevarlas a su cuarto. Hasta ahora me percato de que mi tía no ha emitido ningún ruido desde su cómoda, si es que está ahí, ¿estará? Me da miedo preguntar, no quisiera que Carolina volviera a soltarme algún comentario desagradable.


Capítulo 6



El domingo, por la madrugada me pegó un frío terrible, suerte que traía puestas unas calcetas de felpa que Sarah me había comprado. Es una buena mujer, me cae bien. Los domingos va a la oficina para revisar las cuentas de la semana próxima. Carolina tampoco está, ella y mi tía salieron para ponerse al corriente con los últimos años que lo pasaron por separado. Quizás deba comentarle a mi tía Andrea, que a su amiga no le caigo del todo bien, o al menos no tan bien como ella supone. Aunque tampoco me gustaría que ella tuviera problemas por mi culpa.
-       Meli. –Me llaman. Es Raúl, por poco me olvido que él también está en la casa.
-       Pasa. 
     Al momento de entrar saca una servilleta blanca a modo de bandera del bolsillo.
-       Una vez más –suspira–, tengo que disculparme por mi madre. Ella tiende a ser algo directa y es muy bocona… Lo lamento.
-       Descuida, créeme que no es la primera, ni la última persona que me va a soltar esos comentarios.
-       Eso no significa que esté bien.
-       Lo sé… –contesto algo cansada.
Me parece lindo que venga a disculparse en nombre de su madre; sin embargo, me hubiera gustado oír esa disculpa de parte de Carolina, pero Raúl lo ha hecho por su cuenta. Eso me gusta.
-       Te tengo una sorpresa –dice al cabo de unos segundos.
-       ¿Cuál?
-       Un viaje en auto, y te llevare a que conozcas la universidad.
-       No creo que nos dejen entrar en domingo –digo sin tratar de que me gane la emoción.
-       Oh sí, nos van a dejar entrar. Mi madre y tú tía son fieles donadoras del colegio, por lo tanto soy una persona que conocen en ese lugar, y por lo tanto nos dejarán pasar.
-       Vaya.
    Fieles donadoras, admito que la carrera de Actuaría y Administración son muy bien pagadas, aunque no sabía que mi tía enviara dinero. Me pregunto el por qué, ella nunca me comentó nada, o, ¿a esto se refería al decir que ella se encargaría económicamente? La colegiatura no es barata, pero mi inscripción fue apresurada. ¿Será por la influencia que había en la familia? Quizás por eso Carolina se porta mal, creo que ella piensa en desquitarse una y otra vez hasta terminar los años de mi carrera.




Capítulo 7



Un Volkswagen (vocho) color naranja es el auto que Raúl tiene. Su madre se llevó la camioneta y Sarah prefiere irse en el autobús, o en el metro. Descubrí que Raúl trabaja en una carnicería los fines de semana y, con el dinero que le dan, ayuda en los gastos de la casa. El departamento no es nada barato.
La mayor parte del tiempo me habla de temas universales. Me pregunta el por qué me vine a vivir a México, o el por qué prefiero estar con mi tía en vez de mis padres. En esa tuve que mentirle, es mas, tuve que mentir en todas y cada una de ellas. No conozco a Raúl del todo, y una cosa que se dé las personas es que hay que irse con cuidado. Mi padre solía decirme que los muchachos buscan la debilidad de la mujer para aprovecharse de ellas. Él hace lo mismo con mi madre, así que no voy a discutir con ese consejo. Después de todo, no es mal padre.
Raúl se creyó todos mis engaños.
-       Hemos llegado, Meli.
El estacionamiento es bastante grande para mi gusto, incluso tienen un sitio para personas discapacitadas. Raúl está emocionado de mostrarme el lugar, y yo me encuentro un poco intimidada por los enormes edificios que están a mi vista.
El sentimiento de afección por su parte, pronto se desvanece de su rostro al minuto en que pone un pie fuera. Me extraña su cambio de humor. Raúl sale del Volkswagen y yo lo sigo. Al abrir la puerta, me encuentro a Raúl un poco nervioso…, o al menos su cara es la asustada. Sigo con los ojos a donde apunta su visión y,… solo tengo a una familia en un auto. ¿Qué le ocurre a Raúl?
-       ¿Qué pasa? –le pregunto al concentrar toda mi atención en él.
Escucho que la puerta del automóvil gris se cierra. Un hombre, una mujer, una chica de mi edad y un chico que se parece bastante a ella, bajan del vehículo.
-       ¿Quiénes son?
Antes de responderme: me conduce detrás del Volkswagen naranja para escondernos.
 <<¡Esperen!>>. ¿Por qué a Raúl le da miedo encontrarse con ellos?
Por la cara que mi amigo pone, de verdad que parece incómodo. No obstante, al mirarme me responde:  
-       Son los Bonnet, la familia más prestigiosa que estudia aquí. El señor Bonnet trabaja como Diseñador Industrial, de hecho tiene un puesto en el consejo de esta universidad. Su esposa es la Doctora Regina Marqués de la Cruz, tiene una licenciatura en Derecho y un doctorado, además de que es la abogada personal del director.
<<¡Vaya!>>, en verdad son unos padres modelos. Ese par de gemelos deben estar orgullosos.
-       Esos dos chicos son sus hijos. La chica rubia es Daniela y el chico se llama Daniel. Él va a iniciar el primer año como tú, mientras que la chica va ingresar al segundo.
-       ¿Son gemelos?
-       Sí, pero ella tiene un coeficiente intelectual de ciento sesenta y cinco.
-       Vaya… –No me lo puedo creer, añado para mis adentros–. ¿Sabes lo que estudian?
-       Escuche que el chico quería Derecho, y su hermana estudia Administración de Empresas, y sus otros hijos…
-       Espera. –Lo interrumpo–. ¿Sus otros hijos?    
 Un Lamborghini Aventador color rojo se estaciona cerca del automóvil gris.
-       Son ellos –dice entonces Raúl, también se le ve un poco disgustado por su presencia.
-       ¿Quiénes son? –pregunto. No puedo evitarlo, ando muy metiche hoy.
Antes de que Raúl pueda responderme, del lado del conductor, desciende un muchacho de mi estatura, su pelo es negro como el de la señora Regina, pero se parece bastante a su padre.
-       El conductor es Gabriel, y éste es el último año que cursará.
-       ¿Qué estudia?
-       Contaduría, lo mismo que tú.
 Del lado del copiloto, desciende un chico alto, con el pelo color mantequilla; le llega por debajo de las orejas y lo tiene colocado atrás de estas.
 Sin pensarlo dos veces, le sonrío. ¿Eso ha nacido de mí?
-       ¿Y él? –pregunto. Por alguna razón, la boca se me ha quedado seca.
-       El otro chico se llama Nicolás, estudia Lengua y Literatura… Es el bastardo del señor Bonnet.
-       ¿Bastardo? –pregunto sorprendida.
-       Alguien que nace fuera del matrimonio…
-       Ya sé que significa –le respondo en tono pesado–, sólo me sorprendí.
Mis ojos buscan una vez más al chico rubio, el chico que ahora tiene mi completo interés, el mismo que se pasa sonriéndole a su hermano Gabriel y a los gemelos. Viéndolo de espaldas, me parece un poco encogido, e incómodo al estar cerca de su padre. La luz del sol golpea contra su piel pálida y lo hace resplandecer por una centésima de segundo. Me relamo los labios, pero estos se encuentran húmedos, y la comisura de mi boca tiene un poco de baba.
Pero... ¿Qué me pasa?


Capítulo 8


-       ¿Vas a clases con alguno de ellos?
-       Con Nicolás.
-       Ah.
Luego del corto recorrido por la escuela, Raúl me llevó a una cafetería cerca de la universidad para almorzar. Parece que el pequeño vistazo a la familia Bonnet me bastó para despertar mi curiosidad.
-       No sabía que estudiarás Literatura.
-       Me gusta leer, y por cómo lo veo a ti también.
-       ¿Leer?… Sí, así es.
-       A mí me gusta: El arte de la guerra de Sun Tzu. Rebelión en la granja de George Orwell. Historia de dos ciudades de Charles Dickens…, y, algunas obras de Shakespeare, pero nada más.
-       Ah, a mí me gustan otras cosas.
-       ¿No los has leído? –pregunta, por alguna razón, el tono que emplea es molesto.
-       Sí lo he intentado…, un par de veces. Pero la forma en cómo me lo cuentan me aburre, y me desespera que no me gusten las cosas desde el inicio. Tengo esos libros en un buró de mi casa, pero nunca los termine.
-       ¿Te aburrieron?
-       Un poco; sin embargo, admiro a cualquier escritor que presente un tema controversial en su escrito.
Una ligera carcajada se abre paso mientras bebe un poco de su café, él también piensa que soy rara. A mí me gusta la ficción y el amor en un libro. Mi mamá trató de que leyera El príncipe de Nicolás Maquiavelo, pero las primeras diez páginas me aburrieron, así que me releí Te daría el Sol de Jandy Nelson.
-       Eres la segunda persona que conozco que lee lo que le viene en gana.
-       ¿La segunda? –Me gustaría saber quién es la primera. No puedo evitar mi curiosidad.
-       El primero es Nick… Nicolás.
-       ¿Nick? –raro apodo.
-    El bastardo rubio, siempre reta al maestro y nunca hace los ensayos de los libros que tenemos que leer. Es un sujeto soberbio, se cree mejor que los demás; además de que habla en clase las veces que se le antoja.
-      Así que Nico no te cae bien. –Se me hace gracioso ver a Raúl enojado, al menos en este aspecto de compañero.
-     Nick, no Nico –me corrige–. El muy engreído prefiere que le digan Nick, tal vez porque su lugar de origen es Estados Unidos.
-       Vaya. –No puedo decir nada más.
-     Ajá, en clase tuvimos un pequeño debate acerca de Freud, y el muy altanero se atrevió a cuestionar sus libros y sus estudios…, incluso dijo que era un ser maleducado.
-      ¡En serio! –exclamo. No estoy enojada, porque yo también concuerdo, pero no puedo evitar mi sobresalto. 
-       En serio, de hecho tuvimos un problema en esa clase porque las cosas se pusieron intensas al final. Me dijo que si quería ser psicólogo, que me fuera a estudiar a otro lado.
-       Wow –digo por lo bajo, aunque por dentro estoy más que muerta de la impresión.
-     Entiendo que esté molesto por ser el hijo ilegítimo de una familia rica y,… esta el hecho de hace un año…
-      ¿Qué pasó hace un año? –me desorienta tanta información.
 Veo que Raúl se debate entre hablar o quedarse callado, al final me comparte la información de Nick.
O…, al menos eso pensé.
El mismo chico entra por la puerta, se pasea por la cafetería con sus hermanos y hermana hasta encontrar una butaca pegada a la ventana. Mejor dicho: sus medios hermanos. Raúl se ha puesto pálido, y empieza a tirar de sus dedos con mucho miedo. Un tic nervioso creo, no sé porqué a mi amigo se le dificulta tanto mantener la compostura cuando ve a la familia Bonnet. Me dijo que ya había tenido problemas con uno de sus hijos, pero dudo mucho que el problema haya pasado a tanto…, ¿cierto?
-    ¿Les tienes miedo? –le pregunto lo más discreta qué puedo.
Los hermanos ocuparon asientos casi a una fila de nosotros. A mi vista tengo el cuerpo entero 
de Nick y puedo ver las piernas largas y blancas de Daniela.
-      ¿Qué?... ¡No!
 Se le ve ofendido, no era esa mi intención; aunque su grito me puso en vergüenza por unos segundos, sólo espero que él no lo haya oído. No quisiera tener problemas con ese sujeto cuando no lo conozco. Levanto la vista para asegurarme de lo que hacen: los gemelos tienen una malteada de cada sabor, la de ella es de fresa y la de él de chocolate. Gabriel parece concentrado en su hamburguesa con papas a la francesa. Nick tiene la vista puesta en el servilletero, con su dedo índice y el de en medio jugando a dar pasitos entre el frío metal que tiene enfrente de sus ojos. Nick está ensimismado en sus pensamientos, como si estuviera recordando algo…, de hace muchos años. Su perfil es lindo, me gusta su mentón apoyado en su brazo (esa sudadera es espantosa), con la mesa de madera que sirve como reflejo; sus piernas largas y estiradas inspiran mucha confianza; sus cejas pobladas son bonitas, y resplandecen con la luz del sol. No me había dado cuenta antes, pero es guapo.
No puedo evitar sonreír como tonta por verlo rascarse la punta de la nariz con el dorso de la mano. Yo también hago eso algunas veces cuando estornudo, pero en él se ve adorable. Ah… ¿Qué me pasa hoy? Porqué estoy tan interesada y centrada en ese completo extraño, que por razones desconocidas no puedo evitar ver. La chica del coeficiente: Daniela, le roba un poco de batido a la malteada de su hermano, y entre risas y a gustos comentarios, puedo asegurar que se llevan mejor que bien. Parece que la familia no se desintegra por un error del pasado como muchos suponen, pero sí al ocultar secretos.
¿Qué habría pasado si mi mamá hubiera dejado a mi padre? ¿Habría nacido? ¿Mi mamá sería feliz? ¿Mi padre sería feliz?... ¿Y sí? Y si mi papá nunca me hubiera pegado, ¿estaría sentada en esta cafetería? Creo que nunca lo sabremos con exactitud. Lo único que sé, es que me gusta estar sentada con mi amigo compartiendo una taza de chocolate (yo odio el café). Mi papá usaba de excusa mi odio a la cafeína para no convertirme en escritora. Qué idiota, ¿verdad?
-  Meli, Meeeeellllliiiii –aterrizo de golpe. Mis pensamientos se fueron de mi cabeza al concentrarme en el chico rubio y en mi padre. Debo dejar de pensar en mi padre.
-       Perdóname Raúl, es que a veces tiendo a soñar despierta.
-       Estuve hablando como unos cinco minutos, no creí que fuera tan aburrido.
 ¿Lo dirá en serio? Dudo que me haya ido tanto tiempo, pero siempre ha sido así; cuando leo me pierdo en los personajes, y al terminar siempre me sorprende la hora. Una vez me tomo toda la noche terminar La chica invisible de Blue Jeans, que ni me percaté de la hora. Me ha pasado cuando estudio, según yo, me siento a las doce de la mañana y me levantó para tomar un descanso a las siete de la noche…, ven, a mi subconsciente no le gusta el tiempo.
-    Meli, quería saber si, ¿te gustaría que quedáramos para estudiar?... Claro, una vez que inicies necesitarás ayuda, ¿no crees?
-   Claro –musito.
 Me regala una de sus adorables sonrisas. En un hombre siempre me ha gustado que las sonrisas fueran agradecidas y amables. Me gusta que Raúl sonría tanto, no parece hacerlo con frecuencia.
-       Deberíamos reunirnos en una hora libre y concordar que nos den acceso a la biblioteca.
-       Ah si –balbuceo.
-       Siendo francos me gustan cuando permiten el acceso público. –Me habla de un par de cosas más, pero no le presto mucha atención. Llega un punto en el que se levanta–. Tengo que ir al baño, quédate aquí.
-       ¿A dónde más quieres que vaya? –pregunto en broma.
 Raúl se va y me deja sola, y en su espera, me dedico a escuchar la conversación alta que tienen los hermanos Bonnet (no soy chismosa), sólo es pura curiosidad.
    Mis ojos me traicionan cuando vuelven a posarse en el chico rubio y me traiciono a mí misma cuando veo con más detenimiento su rostro: es perfecto. Raúl no ha vuelto del baño, pero para cerciorarse, giro la cabeza y me doy cuenta de que el baño continúa con la puerta cerrada. Yo sigo tentada a levantarme de la butaca y a salir en su dirección para pedirle su número de teléfono. Tiene los ojos cerrados y el rostro apoyado contra sus brazos –que se le ven enormes y holgados en esa sudadera–. Como si mi mente se lo estuviera ordenando… Abre los ojos.




Capítulo 9


Sus ojos son: grises, grandes y hermosos, y tienen un no sé qué, que me provoca un cosquilleo en el estómago. Bajo la vista inmediatamente al sentir mis mejillas sonrosadas. Me suelto mi encrespado pelo, e intento ponerme lo más serena en cuanto empieza a descender el rubor.
  Vuelvo a mirarlo, y me sorprende mucho el hecho de que sus ojos muestren… no lo sé, algo de imperturbabilidad. No hace nada, salvo mirarme; su pose y su despreocupación lo hacen ver como a un niño de diez años. Yo no me he movido, y por alguna razón, me alegra de que no haya apartado los ojos de los míos. Parpadea, o…, ¿me guiño? No estoy segura. Sus hermanos continúan en el chisme, pero él solamente tiene ojos para mí.
  Su cabeza inclinada, encima de sus brazos, con la mirada perdida en la mía, me induce a pensar que él parece más interesado en mí, que yo en él. Me quedo de piedra cuando se reclina –claramente molesto–, y suspira cansado al centrar la vista en el servilletero. Obligo a mis ojos a dejar de mirarlo, pero estos vuelven a la carga cuando percibo la intensidad de sus ojos grises.
  Tiene el mentón apoyado en el dorso de la mano izquierda. Ladea la cabeza de nuevo en mi dirección y, me sonríe, sólo un poco, pero ahí está, y ese gesto me pone roja en un segundo. Cuando él se da cuenta, su sonrisa se intensifica. Quiero sonreír, pero mis labios siguen entre abiertos y mi corazón hecho un lío. ¿Por qué me mira así? ¿Nunca había visto a una chica con la piel bronceada o el cabello castaño? ¿El extranjero nunca había visto a una mexicana en su vida? ¿Qué le pasa?... <<¡Esperen!... ¿qué me pasa a mí?>>.
 Raúl vuelve a sentarse, sólo que está vez a mi lado. La sonrisa perfecta de Nick se desvanece, y en menos de lo que cante un gallo, vuelve a integrarse en la plática con sus hermanos. No me gusta que haya cambiado únicamente porque me vio con alguien más, me gustaba que me sonriera y que me miraran sus ojos grises, que por alguna razón, se convertían en dos cielos sin nubes que se iluminaban a cada segundo que pasaba al mirarme.
-       Lamento la espera.
-       No hay cuidado.
-       Entonces ¿hablábamos…de?
-       La escuela.
 La hora restante nos la pasamos riendo y disfrutando del almuerzo. Le recuerdo una y otra vez lo que me gusta de un libro y lo que me desagrada en uno. Raúl me escucha atento y yo me la paso esperando a que me revele algún secreto vergonzoso para estar segura de que es lo que me conviene decirle. La mayor parte del tiempo me la paso escabulléndome de la conversación… (mentalmente), sólo para estar segura de que Nick siga ahí. Lo esta. Pero no me ha vuelto a mirar. Sigue en la plática, pero algo más tenso que de costumbre y algo más…, ¿molesto? No sabría cómo explicar su comportamiento. Se le ve enojado.
-       Entonces. ¿Quedamos en una hora libre mañana? –Terminar por preguntar Raúl.
-       Ajá. –Sigo con la vista puesta en Nick.
-       Mis clases terminan dos horas después que las tuyas, pero estoy seguro de que podemos…
  Ya no escucho nada. En lo único en que mi mente se clava es en Nick y en lo que poco a poco puedo suponer que se transforma en un ser insolente y maleducado con sus hermanos. Se esfuerza mucho en tratar de disimular una buena conversación, pero está muy tenso el ambiente y dudo mucho que pueda contenerse.
      <<¿Qué le pasa?>>
-       Raúl. –Lo interrumpo–. ¿Qué sabes de Nicolás Bonnet?
-       ¿Qué?
 Me sorprendo a mí misma preguntando eso, pero la verdad, es que mentiría si les dijera que no me intriga.
-       ¿Qué sabes de él?
-       Pues lo que te dije.
Está molesto. No lo culpo. Lo que me extraña es que se haya apartado y se haya situado del otro lado de la butaca con la vista enfrente de la mía. Raúl le da la espalda a Nick, pero su figura permitiéndome verlo.
-       Ajá. Tú sólo me has dicho lo que te molesta de él. –Le aclaro–. Pero no me has dicho lo que sabes en realidad de él.
-       No creo que te convenga saberlo todo. –Me responde.
Se que no me conviene en nada, pero todavía con eso no puedo evitar preguntarle:
-       A ti… ¿No te agrada por qué…? ¿qué?... ¿Te hizo algo malo?
 Mi amigo lucha contra algo interno, o algo superior a él. Lo veo en sus ojos, incluso con esos lentes puedo ver claramente que pelea en contra de… ¿qué? Aún no estoy segura de con qué me enfrento yo también.
-       Meli, él no es buena persona, es lo único que tienes que saber de él.
 Finalmente sucede. La tensión. Los nervios. O Dios sabe qué, pero pasa lo que tanto me temía. 
-       ¡¿Qué quieres que?! –gritan en una de las mesas.
 El mismo chico rubio que había acumulado tanto estrés finalmente se rompe.



Capítulo 10


La misma mesa en la que se encuentran los hermanos Bonnet, es la que se agita ante tanto grito, y todo por parte de Nick; tiene el ceño fruncido y los ojos inyectados de odio mientras mira a un chico de pelo negro y encrespado. Es Gabriel.

-       No levantes la voz, Nick. Quiero que nos llevemos bien, y tu comportamiento no me lo pone nada fácil…, de hecho a ninguno se lo pones fácil.

Observo a Daniela, quien se encuentra callada pero, asustada desde su asiento. Daniel tiene la vista puesta en los restos de su malteada. Gabriel se pone tenso al intentar calmar a su hermano.

-       ¡¿Qué yo no te lo pongo fácil?! –grita con más intensidad.

-       ¿Se pueden calmar? –pregunta… exige Daniela.

-       Estamos en una cafetería –interviene Daniel.

-       Es Gabriel el del problema, yo la estaba pasando a gusto con ustedes pero él va y me saca está mierda en público, sólo porque cree que me voy a desmoronar de nuevo –brama al dirigirse a Gabriel.

-       No es cierto, no es verdad.
 Lo niega. Pero hay algo en su cara, o en la forma en la que lo dice que me haga preguntarme si lo siente de verdad, o si sólo lo dice por la cara que le pone Nick al dirigir su mirada asesina hacia a él.     
No entiendo qué pasa, hace un minuto parecían los hermanos perfectos y ahora sólo son unos chicos peleándose por asuntos, o temas de a saber Dios qué.
Las manos de Nick forman dos puños, y temo que le dé un golpe de un minuto a otro a Gabriel, o de que pierda por completo el sentido mientras sus hermanos tratan de calmarlo. No tienen éxito.
Una mujer no mayor a treinta años se acerca con aire autoritario y envalentonada a la butaca en donde se encuentran. Esto no va acabar bien, lo presienten mis ojos al ver cómo la señorita intenta razonar con ellos… con él.
-    Baje la voz en este preciso momento o… –Nick se gira en su dirección. ¿No irá a golpearla…? ¿O sí? No creo. Pero mi papá no lo dudaría, él es experto en hacer berrinches fuera de la casa y mi mamá también
No la golpea, pero sí le dice unas cuantas cosillas que me hacen desear estar sorda.
-       Mejor dedíquese a servir cafés y déjenme con mis asuntos… Si usted no estudio, o no hizo nada bueno con su vida me vale madres. –El cuchicheo que se escucha es vergonzoso–. Dedíquese a limpiar el excremento que le dejan de propina en los escusados y… ¡Lárguese de mi vista!
 Su cuello ya tiene las venas resaltadas y está más que rojo por culpa de su cólera. Veo que sus hermanos tienen la mirada perdida y los hombros encogidos de la vergüenza. Daniela parece que se va a desmayar si no hacen que su hermano se calle.
 La mujer se mantiene firme y muy calmada le dice:
-       Me lo ha puesto muy sencillo. –A continuación se acerca a la barra de desayunos y desliza su celular desde la otra punta–. Si no se larga, voy a llamar a la policía para que lo saquen de mi cafetería.
-       Ajá, si claro. –La situación parece hacerle gracia, pero la mujer no está para bromas.
-       Ya estoy llamando. –Acto seguido, la veo teclear con dedos temblorosos: nueve- uno-uno.
 Nick toma su mochila y se dirige a la puerta del establecimiento, pero no sin antes decir:
-   Éste lugar deja la carne roja afuera con la basura. Y lo sé, ¡porque mi madre ya la ha defendido en otros casos con inspecciones de salubridad! –exclama al apuntar a la señorita con el dedo del mal.
-       ¡Largo de aquí!
Y con eso se marcha.
 He de admitir que la manera en la que la acusó, fue improvisada y muy bien actuada. Tengo que fruncir la boca para no echarme a reír. El sorbo (obviamente extremo) del café de Raúl, me devuelve al mundo real.
-       Eso estuvo intenso –me dice antes de dejar su taza en la mesa de cristal.
-       No hay nadie en este lugar que entienda de escenas más que yo…, créeme.
-       Aun así, no debería comportarse así. Nick actúa como si el mundo le debiera algo… Bueno, de hecho ese es el caso.
Ahora balbucea, y por un minuto me pareció que quería decir algo más.
-       ¿El caso?
-     Quiero decir… –Se recupera y un momento después dice–: Su situación no es normal. Su padre se revolcó con una prostituta y ella tuvo al bebé en Estados Unidos. Después regresó a México con un niño de ocho años a su lado y, después de su historial… su madre se marchó y le dejó al niño. Lo que me sorprende es que Regina lo haya aceptado, a pesar de ser el bastardo de su esposo, pero creo que es lindo que le haga obra de caridad.
-      ¿Trabajo de caridad? –pregunto indignada. No por lo que su padre hizo, y tampoco por lo qué paso, sino por sus palabras y por cómo las ha empleado.
-     Bueno…, la madre vino drogada en pastillas, o en alcohol, o en Dios sabe qué. Le dejó al niño y ella se fue con el dinero que le dio el Señor Bonnet…, incluso la madre le ofreció un cheque con tal de que se largara a su país.
-       ¿Dinero?
-       Ni idea de cuánto le dió.
-       Ah, entonces sólo está molesto, ¿no?
-       ¿Cómo? –pregunta sorprendido.
-     Yo también lo estaría si mi madre o mi padre…, bueno, mi padre no, pero si mi madre me hubiera hecho lo mismo también estaría enojada.
-       ¿Lo dices en serio?
-       ¿Qué? –No entiendo su enfado, o su extraña mueca nerviosa hacia mí.
-       No puedes ser tan tonta como para creer que él tiene un atisbé de bondad.
-       Yo no…
-       Créeme cuando te digo que es un ser despreciable y de que no tiene nada de bueno juntarse con él.
Las palabras de Raúl están cargadas de odio y veneno. Literalmente me las esta escupiendo mientras yo me quedo perpleja al escucharlo. Ésta faceta es nueva en él.  
-   ¿Siempre tiendes a juzgar? O… ¿Sólo a él? –le pregunto con todo el vigor que mi boca es capaz de escupir.
-  No te pongas a la defensiva, Meli. Si supieras las cosas que ha hecho…, créeme que lo clavarías en la cruz –dice de forma ludibria.
-   Es crucificar. –Lo informo–. No es “clavar”, sino crucificar. –Prácticamente rujo al hacer las comillas en el aire.
-     Da igual… No lo conoces. 
 Es verdad, pero aún con todo esto no quiero que hable mal de Nick y, ni siquiera sé porqué. Esos ojos grises que tiene no me parecen hechos para odiar, así de simple. En cambio los de Raúl se ponen en blanco con cada molestia que le hago pasar, y eso me disgusta. Lo peor es que no lo hace en broma y eso me termina por fastidiarme todavía más.
-       Ni a ti. –Término por decir.
No sé porqué mi malhumor ha tomado mando en esta discusión, y tampoco se porqué me dedico a defender a Nick y a su “obviamente” agobiante ego; Raúl parece tenerle manía o algo peor. Me extraña juzgar a las personas, tal vez porque a mí siempre me juzgaron en la escuela; fui la típica chica que estaba en la boca de todos al pasar de una esquina a otra. Mi mamá fue, o sigue siendo vista como la mártir, y la juzgaban por no ser una mujer fuerte que no era capaz de cuidar mejor a su esposo y a su hija. Mi padre se encargaba de echarnos tierra a la cara cada vez que podía, la única en todo el bendito lugar que no nos hacía mal… era mi tía, y claro que también estaba Estela… Pero eso fue antes de que un auto la atropellara.
-       No seas así Mell.
-      Meli, es Meli –mi tono es tajante, pero en este momento me da igual. No se me pasa por alto que antes me llamo tonta. Me levanto de la mesa envalentonada, porque por primera vez..., mi padre no esta aquí para frenarme. 



Capítulo 11


No tengo idea de adónde ir, pero no me apetecía seguir escuchando a Raúl hablando pestes sobre Nick. Ni idea de que me pasa con él; pero por alguna razón, mi mente no soporta la idea de escuchar a nadie hablar mal de él.
El ruido de los autos me pone nerviosa. De donde vengo no solemos oír los ruidos molestos de las bocinas. Mi papá solía ir en bicicleta a la tienda, incluso tenía una cesta en la parte delantera para poner las compras. Mi mamá me dijo que una vez la llevó por la carretera hasta llegar a Tehuantepec en esa bicicleta. Fue la mejor época de su vida. Fue lo único de lo que me hablaba cuando me llevaba a la escuela. Era lo que la hacia sonreír con vanidad ante las otras madres. Sin embargo, su amor propio fue apagándose con cada paliza que recibía de parte de mi padre. Primero fue un manotazo a las manos. Después un espinazo a las pantorrillas. Una tarde la golpeó tan fuerte que sus piernas colapsaron en el piso de su recámara.
No me desagrada recordar. Me hace fuerte y ventajosa ante los demás. Mi tía bromeaba diciéndose a si misma que lo que no te mata te hace más fuerte. Cómo esa canción que le gusta oír cuando necesita de ánimos What Doesn’t Kill You (Stronger) sólo que a ella le gusta la versión de Glee. Nunca le he preguntado porqué le gusta Glee, pero creo que una vez me dijo que es la forma más rápida de conocer una canción vieja y nueva.
Me abro paso entre la gente hasta encontrar un puente que me lleva a una parada de autobús. Creo que mi tía dijo que Tacuba me lleva a casa; si me pierdo le puedo preguntar a alguien por una estación del metro. Me está gustando esto de vivir en México, adquiero mas responsabilidad.
Los escalones son pesados con estas botas. Me cuesta trabajo subir, y más con este aire que me congela la nariz, y eso que apenas es medio día. Al llegar a la cima me percato de los autos que pasan volando con la luz verde y cómo algunos chicos de preparatoria cruzan corriendo en grupos al tener la oportunidad. Veo las carteleras de películas en los edificios y las casas que parecen confiadas a las montañas. Me gusta la vista. Me gusta que este tan ocupada por observar que no me preocupe el perderme. Esa es una de las cosas que me gustan de mí.
-     ¿Recuerdas cuando te quedaste pasmada al escuchar las olas del mar, que la noche y los zancudos nos agarraron y picotearon las piernas?
-       Sí.
-       Qué tiempos, cuando todo era tan sencillo y cuando yo seguía por ahí contigo.
-       Sigues conmigo…, jamás te podré soltar.
 Estela es…, o sigue siendo la única “persona” que siempre me pregunta y me habla como si nada.
-       ¿No te quieres voltear?
-       ¿Por?
 Antes de que me responda, un golpe nauseabundo que me provoca arcadas y me desata de mis pensamientos me invade las fosas nasales. Es aroma a cigarro. Me da asco el aroma a tabaco. Me repudia ver que alguien lo inhale. La curiosidad me invade al querer saber del desafortunado con el vicio. Me volteo y mis ojos captan que no sólo no hay cigarrillo, sino que también Nick se encuentra sentado con la vista fija en un libro.
<<¡Alto!>>.
Ese libro es…, parece ser una copia gastada de Blue Jeans… ¡Buenos días princesa! Esa es mi saga favorita. No me lo puedo creer, pensé que a nadie más le gustaba leer de novelas rosas…, y mucho menos un hombre. Pero aquí esta él, leyendo uno de mis libros favoritos. No parece notar mi presencia y quiero que siga así. Me gusta el modo en cómo sus expresiones cambian al pasar las páginas, cómo si estuviera recordando al momento de leer, cómo si estuviera reviviendo al momento de llegar al final. Me gusta la manera en que sus manos tocan el libro: con cuidado, con pasión por saber más, por querer comerse el final. Me gusta la forma en que su ceño fruncido se hace paso con sus labios al repetir los diálogos de los personajes. La portada está agrietada y las hojas ya tienen un tono amarillo y el olor que me llega es hipnótico.  
Estoy tan centrada y tan embobada…, que apenas si noto los ojos grises de Nick puestos en los míos.




Capítulo 12

       <<Mierda.>>
      Sigue mirándome.
      <<Mierda.>>  
¡Qué vergüenza! Siempre he tenido problemas por mirar a las personas; pero mi curiosidad siempre me hacia ver cómo la callada del salón. En la primaria me criticaban y me ponían apodos como: <<rara>> o <<fisgona>>, entre otros insultos que no me apetece recordar.
-       ¿Se te ofrece algo? –me pregunta.
Su voz es grave y amargada. Todavía debe tener el berrinche de la cafetería, y lo sé porque yo también tengo la bilis en la garganta por las cosas que no le dije a Raúl cuando habló mal de él. Aunque por muy loca que suene, puede que tengan razón sus palabras. Me está colmando la paciencia y eso que no esta haciendo mucho.
-       ¡¿Hola?! –exclama, claramente con la paciencia en un hilo–. ¡¿Se te ofrece algo?!
-       ¡Oye no tienes porqué gritar niño vago! ¡Puedo escuchar perfectamente bien!
     No sé por qué, pero le estoy gritando, ahora mismo mi mente no sabe qué más hacer con él. Nick es la clase de chico que grita y no recibe regaños, o no es mal visto por ellos, quizás por eso hace lo que quiere todo el tiempo, quizás por eso ofendió de una manera tan cutre a la mujer que los atendía.
-       ¿Entonces no se te ofrece nada? –pregunta haciéndose el cómico. La sonrisa reprimida que tiene es atractiva.   
-       No, no se me ofrece nada. Sólo disfruto de la vista.
      Nick me mira con el ceño fruncido, a modo de: <<Niñita rara>>, siempre causo ese efecto en las personas; me sorprende mucho cuando se echa a reír. Su risa es profunda y llena de vida, como si los mismísimos ángeles la hubieran hecho para que yo la escuchara.
-       ¿Eres monomaníaca? –rechifla en mi presencia.
-       ¡¿Disculpa?! –le chillo con toda indignación.
-       ¿Te gusta la contaminación? o ¿Sólo divagas?
 <<¿Quién se cree?>>. Hablándome en ese tono y con ese ceño fruncido como si estuviera entumido, además de que está esa vena que se asoma por su cuello que me da miedo que reviente. Bueno, no me da tanto miedo como su arrebato con sus hermanos, pero eso no quita que se vea intimidante; no obstante, también debo mantenerme serena, mi madre siempre me enseñó que lo que vale la vida de una persona es su amabilidad, si él no la tiene halla él, pero yo sí.
      Podrá tener toda la cara de ángel, pero de santo no tiene nada.
-       Odio la contaminación, y me gusta divagar. Más de lo que a la mayoría podría gustarle jamás.
   <<Ja>>, pensó que iba a explotar, probablemente lo hubiera hecho, pero ahora mismo me encuentro de mucho mejor humor que hace una hora… ¿Por qué? Debe ser a causa de él.
-       No es nada bonito si te toman como un esquizofrénico –replica al levantarse del piso.
-       Es bonito al no tener nada mejor que hacer –contraataco.
-     Es letal al tener la cabeza hecha un lio –dice tranquilamente al acercarse y colocarse a un lado de mi.
 Lo observo con mucha calma mientras se pasa el libro de una mano a otra, mientras mira al frente. Como si se acordara de algo, me mira directamente a los ojos. Tiene unos bonitos ojos grises, con un toque de azul, y un lunar cerca del mentón. Atisbo un par de lunares en su clavícula, pero no lo distingo muy bien porque se voltea demasiado rápido al sorprenderse mirándome a los ojos. Su cabello color mantequilla no es tan largo pero, la forma en cómo lo coloca detrás de sus orejas me parece atractivo. Es guapo. Es muy guapo.  
-      ¿Cómo quieres que te llame? –me pregunta. Me deja un poco desorientada, por suerte me recupero rápidamente.
-       Miel, me gusta que me digan Miel.
 No me da ni una mueca de desagrado al escuchar mi sobrenombre. Es más, me regala una bonita sonrisa, una de esas que escasean en un hombre, en una persona…, en un todo en la vida. Se le ve bastante a gusto conmigo, quiero que siga así.
-       Yo soy Nick… No Nicolás, ni Nico… Sólo soy Nick. Así me gusta que me digan.
-       Para mí eres Nick. –Le sonrío. ¿Por qué le sonrío?
-       Aún no me has contestado… ¿Eres monomaníaca?
   <<¡¿De nuevo?!>>. Él es el monomaníaco, no yo. ¿Tiene una fascinación por la mente humana o algo así? ¿Está haciendo una tesis sobre el comportamiento humano? ¿Por qué me estará preguntando eso? ¿Por qué me importa en primer lugar?
Como soy una persona amable, me limito a respirar con mucha cautela ante su pregunta de mucha libertad. Además, quiero dejarlo atónito y le dedico una buena porción de mi mejor persona: Recitar.            
-       No, “Me gusta enfocar lo que la gente cree anormal, lo que esconde, lo que piensa que son defectos”.
  No ocasiono ninguna reacción negativa por su parte. Sus ojos se regocijaron al escuchar cada palabra que le cite. Por una vez, veo vida en esos ojos grises. Por una vez, veo algo más que enfado o disgusto. Veo como su mente se abre paso a nuevos recuerdos por cómo me mira. Sus bellos ojos grises finalmente parecen recobrar el sentido, y por un instante divaga, igual que en la cafetería…, él divaga.   
-       Guadalupe Nettel –dice… Reacciona por fin.
-       Exacto… –respondo algo sorprendida.
 No me lo creo, no me creo que éste chico se tome el tiempo para quedarse pensando acerca de las frases de una escritora. Creía que era la única a la que le gustaba el comportamiento extraño. Tal vez a él también le gusta, por eso me pregunta esas cosas… Por eso se comporta así.
 Justo cuando quiero preguntarle en lo que pensaba mientras le recitaba, un Raúl muy molesto se apresura a tomar mi lado. También veo la mirada que Nick le lanza al notar la mano que Raúl me puso en la cintura. No me muevo, no sé por qué.
-       ¡Mario! ¿Cuánto tiempo? –Se mofa–. Apenas unos tres años.
-       Apenas unos veinte minutos, y tú sabes mi nombre.
      ¿Quién es éste? Creía que a Raúl todo lo que tenía que ver con Nick le caía en broma, o mal; pero ahora, viéndolo directamente, si es odio lo que percibo en sus ojos. Me desato de su forma de agarrarme la cintura, odio que la gente me sujete.
 Ante el directo comentario de mi amigo, me concentro en la sonrisa ladina que Nick pone al verme de reojo. ¿Por qué me mira así? ¿Por qué sonríe? Como si fuera arte de magia, a Nick le brillan los ojos y finge sorpresa.
-     ¡Raúl! Es verdad. Discúlpame es que, como es un nombre tan corriente pues cualquiera se puede equivocar.
-       ¡Hijo de puta!
      Raúl toma a Nick por el cuello de la sudadera. Lo agarra con tanta fuerza, que me da miedo que le rompa la prenda; tan pronto como lo veo acercarse a la orilla, todavía con Nick del cuello, tomo a Raúl de un brazo para que lo deje pero, o no me siente, o no me escucha cuando le grito que lo deje en paz, porque todo apunta que lo quiere lanzar del puente.
-       ¡Raúl! ¡¿Qué haces!? –chillo al ver sus intenciones.
 No me escucha. Raúl está perdido en su ira. Nick está tranquilo, me sorprende que esté tan tranquilo. Parece que yo soy la única que tiene los nervios fríos y la garganta irritada.
-       ¡Raúl! –No me escucha.
      Creo que nada va a poder frenarlo…, nada salvo Gabriel, quien viene como ángel de la guardia para intentar ayudar a su hermano.
-       ¡¿Qué carajos pasa aquí?! –pregunta… Grita–. ¡Suéltalo inmediatamente!
-       ¡Lo soltare cuando se disculpe! –responde al negociar con más gritos.
-    ¡Nick! ¿Qué fue lo que hiciste? –pregunta Daniel, quien me mira un instante al notar mi presencia.
-       Nada, tal parece que Raúl no es capaz de soportar una simple broma.
-     ¡Nick! –exclama Daniela, al notar que su hermano esta de puntas cerca de la barandilla del puente.
-       ¡Raúl! –digo en un alarido–. ¡Suéltalo! ¡¿Qué planeas hacer?! ¡¿Matarlo?! ¡No seas idiota!
 Todos, incluido Raúl, me miran asombrados. Ahora sí me he metido en una bronca, una grande; en primera en una conversación a gritos; en segunda por una pelea que ya venía creciendo a saber Dios por qué motivos. Me parece que me han salido alas por cómo me miran Nick, Gabriel, Raúl… e incluso Daniel. Que curioso que su hermana mantenga la misma expresión de desagrado que antes.
Raúl me mira con recelo, después mira a Nick con la misma expresión, y con algo más de… ¿Envidia? ¿Cizaña? Cosa que se me hace rara, pero al final lo suelta con mucha lentitud, (demasiada). Se aparta y Nick también se aleja del barandal, se coloca justo delante de mí, y sus hermanos también tienen cara frente a la mía. Todos sentimos la misma tensión, o el mismo aire cargado de presión. Me parece que tengo el bochorno por la discusión, pero en este momento me da igual. No me gusta cuando las personas se molestan o se agreden, tal vez porque yo lo he vivido. Yo se lo que se siente cuando recibes una golpiza y te despiertas con un moretón del tamaño del mundo y tener que mentir en la escuela de cómo paso. En serio, no es nada agradable.
-       Ahora vámonos de aquí –le digo con toda la apatía que soy capaz de expresar.
-       Bien –dice entre dientes al mirar a Nick.
-       Nosotros también nos vamos.
 El pelo negro y encrespado de Gabriel se mueve con el viento. Daniel toma la mochila que se había caído al suelo por el arrebato que sufrió Nick. El libro de Blue Jeans sigue en sus manos, y viéndolo con más detenimiento puedo asegurar que es un ejemplar mucho más viejo de lo que se ve a simple vista.
 Daniela es la única que me repasa de arriba y abajo con la misma mueca de amargada. No entiendo qué le pasa, ni me conoce. Los cuatro hermanos desaparecen en las escaleras para tomar el autobús. Yo me quedo plantada hasta que Raúl se digna a hablar.
-       Lo odio, no lo soporto… Si no hubiera sido por su hermano te juro…
-      ¡Basta! –le advierto–. No te das cuenta que vas a iniciar clases con él, y tú… ¿Qué pensabas hacer? Un poco más y casi lo tiras del puente. Contéstame una cosa: ¿Por qué buscas bronca con alguien a quien claramente no le importas?
-    Yo…, tú no lo entiendes. Créeme que si supieras la mitad de las cosas que ha hecho, te pondrías de mi lado. Además, ¿a ti qué te importa?
 Tiene razón, no debería meterme en un asunto que no es mío. Sin embargo, me preocupan las consecuencias que esto puede llegar a tener.
-       Me importa porque yo no conozco de nada a esa familia, y si te metes en una pelea vendrán a meterse con la tuya.
   Mis palabras son claras y están llenas de verdad, Raúl no sabe que los actos tienen consecuencias, y por cómo lo veo, Nick tampoco sabe que los suyos provocan repercusiones. Raúl pretende hablar, pero un segundo después lo piensa, y vuelve a dedicarme esa mirada extraña.
-       Dios –se limita a responder cuando baja por las escaleras.
      Resoplo ante su berrinche y bajo los escalones de dos en dos para no perderle el ritmo.



Capítulo 13


 Debo mantener la calma con Raúl, después de todo vi cómo Nick se paso con ese comentario de mal gusto. Bueno, yo también lo empleé una vez con una compañera que no paraba de molestarme. Recuerdo que al hacer el trabajo en equipo de una exposición, la presente con otro nombre, e incluso dije ante todos que el suyo era un nombre corriente. Pueden creer que fue a mí, a la que castigaron después de clases. ¿Por qué cuando dije que fue ella la que empezó el pleito no hicieron nada? Porque así son las cosas, así funciona el mundo para nosotros los desafortunados que no se atreven a confiar en nadie, y los que buscan una solución por su cuenta, también terminan perdiendo. Así son las cosas.


-       El día no fue tan mal como pensaba –me atrevo a confesar.
-       ¿Por qué lo dices?
-    Porque a pesar de todo pude conocer la escuela y sus salones, y me pareció entretenido verte perder los papeles con un compañero que se ve que le tienes manía.
-       Él –contesta con todo el odio que es capaz de sentir–, me tiene manía a mí, no es al revés.
 Me está mintiendo, soy una experta en eso. Cada vez que mi papá me mentía, su voz cambiaba de un estado a otro; al estar seguro de algo, me miraba a los ojos; al mentir, se apresuraba a mirar al suelo y me dejaba que lo ignorara. ¿Ven? Tengo un don para las mentiras, quizás deba llamarlo para darle las gracias por eso.
Saca el juego de llaves mientras me debato en responderle. Siempre me pasa lo mismo con las personas. Nunca sé si responderles o no.
-       ¿Estás seguro?
Si quiere continuar que lo haga, yo siempre tengo una respuesta para un pésimo comentario. Eso si no se trata de Carolina, la mujer más bocona del mundo. Al entrar se apresura a recibirnos con una clara sonrisa forzada y un mandil de flores amarillas. No son girasoles.
-       ¿Cómo les fue? –pregunta con los brazos extendidos.
-       Bien –contesta Raúl con un humor por los suelos. Ni nota los brazos abiertos de su madre.
-    Fue muy divertido –respondo. Necesito hacer que Raúl cambie su mala cara, y tal vez el desviar la atención de su madre le ayude.
-  Me da gusto. –Parece funcionar–. ¿Hicieron algo en particular que merezca tema de conversación?
      O…, eso creía.
-       No. –Contestamos al unísono.
-       Bueno. Bueno… ¿Qué pasó? –pregunta la muy indagadora.
-       Nada mamá. –Raúl tiene muy poca paciencia.
-       Pero, ¿qué les pasa? ¿Se enojaron o qué? –Está mujer es insistente.
-       No pasa nada mamá. Sólo estamos cansados porque caminamos mucho.
-       Sí, fue un día errático. –Lo apoyo.
      A pesar de que quiero preguntarle a Raúl el por qué se niega a decirle a su madre lo de Nick, me mantengo callada, y me limito a decir sólo lo necesario. Es claro que no quiere que su madre se entere.
-       Bien –responde vencida.
-       Creo que debería dormir un poco, ya saben, por el día de mañana. Será mi primer día y no quiero estar desvelada.
-       Buena idea, no queremos que Herme se duerma en clase, ¿cierto?
 Ese afán por llamarme <<Herme>>, ya me está colmando la poca paciencia que me queda; sin embargo, no quiero acabar la noche con otro enfrentamiento. Le dedico la mejor de mis sonrisas y me planto cerca de la puerta de mi habitación, sólo para escuchar el último comentario de la noche:
-       ¿En dónde se metieron? ¿En una cañería? Huele a orines su cabello.
   Tengo que tragarme la bilis que me sube por la garganta. Tengo que recordar que soy una huésped agradable, con metas y muy bien educada. Si Carolina no tiene nada de eso, pues será cosa de ella. Al tener la puerta cerrada, puedo escuchar la voz grave y brava de Raúl.
-       ¡Mamá! –Acaba de agotar la paciencia de su hijo.
      Su discusión toma horas, o al menos eso parece, pero en todo ese tiempo, Raúl se la pasa defendiéndome y hablando maravillas de mí. Dice que soy una chica dulce a la que le cuesta trabajo socializar pero, que soy tremendamente abierta y justa cuando tengo que serlo. Me extraña que Raúl me defienda y que lo haga con tanta naturalidad, como si llevara horas queriendo decirle a su madre que me deje de molestar; es dulce cuando se lo propone. Creo que finalmente tengo a alguien a quien puedo llamar amigo en este lugar. 


Capítulo 14

Raúl es bueno mintiendo. Carolina parece convencida con sus respuestas

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